DICTADURA, DEMOCRACIA Y ANARQUÍA EN LA FAMILIA

DICTADURA, DEMOCRACIA Y ANARQUÍA EN LA FAMILIA

DIPLOMADO EN EDUCACIÓN PARA LA VIDA EN FAMILIA (144)

Carlos Fradique-Méndez
Abogado de Familia y para la Familia

Lo he repetido, pero recordarlo es útil: La familia es el primer Estado con el que tiene contacto el ser humano. La familia es el primer núcleo humano, la institución básica de la sociedad. Sin familia no hay sociedad y sin sociedad no hay Estado.

En la familia como en el Estado también se distinguen la parte dogmática y la parte orgánica. Los dogmas deben respetar la libertad, la dignidad, la espiritualidad del ser humano. Los órganos de gobierno deben facilitar la realización de estos dogmas.

Según como se ejerza la autoridad en la familia podemos hablar de familia democrática, familia dictatorial, familia anárquica. En los primeros tiempos la autoridad la ejerció la mujer. El hombre era nómada y no tenía hogar. El hombre ejercía su autoridad cazando o en la guerra.

Organizada la familia, de manera arbitraria, en ejercicio abusivo del poder, el hombre se entroniza como dictador en la familia. Este poder duró muchos años, siglos. Lo ejercía a través de la potestad marital y de la patria potestad. La primera sobre la persona y los bienes de su compañera y la segunda sobre la persona y los bienes de sus hijos. En Colombia esas potestades las regulaba el Código Civil en armonía con los principios de las epístolas de San Pablo. “El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer.” “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo. Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.”

No necesariamente por razones de fe. La mujer debía obedecer al marido y seguir su domicilio. El ejemplo más evidente era el de las esposas de quienes desempeñaban sus trabajos sin vecindad fija. Las esposas de estos servidores debían cambiar de residencia según las necesidades de servicio de sus maridos. Había excepciones en los casos de guerra en los que se debía combatir a cielo abierto. O en largos viajes por razones de estudio o de salud.

Los hijos debían obedecer al padre y guardarles respeto. Y la obediencia era absoluta hasta el punto de que si no obedecían el padre podía encarcelarlos. El padre era un dictador. Disponía la escuela, el colegio, la universidad, la profesión u oficio y hasta el marido para las hijas.

Cuando el hombre dice a la mujer: “Usted es mía y no puede ser de otro más” y la intimida o amenace con causarle o daño y cuando la mamá o el papá dicen a sus hijos, “cállese y escuche que le está hablando su papá o su mamá”, vivimos un grave y peligroso rezago de dictadura familiar, de tiranía familiar. Es imperioso que erradiquemos esta cultura de absolutismo para preservar derechos fundamentales básicos como el del respeto, la vida y la libertad.

La mujer ha ido recobrando su libertad para entrar en el campo de la coparticipación en el ejercicio del gobierno familiar.

En 1932 se liberó teóricamente del yugo económico. Pudo administrar sus bienes. En la práctica duró mucho tiempo en aprenderlo y hoy quedan resquicios de esta dictadura.

En 1957 se liberó del yugo político. Se hizo ciudadana y pudo elegir y ser elegida. Todavía falta mucho para que este madero desaparezca

En 1974 se liberó del yugo de minusvalía familiar. Sus derechos fueron iguales al de su pareja y se hizo cogobernante de la empresa familiar.

Fruto de estas liberaciones la familia tiene órganos de gobierno democrático. A esto se sumó el derecho de los hijos, en general mayores de 12 años, a ser oídos. Esto no significa que lo que ellos digan debe hacerse inexorablemente.

La democracia es gobierno de consenso para el bien de la familia. No es consenso para defraudar como se acostumbra ahora en el campo político. La democracia familiar obliga prudencia en el trato con las personas y tolerancia en las formas de pensar. Las actividades de los miembros de la familia no deben se excluyentes. Pueden ser y a veces se recomiendan que sean diferentes. La pluralidad genera crecimiento personal, social y económico.

Los hijos forman parte de la asamblea familiar. Hay que escucharlos y apoyarlos. Es parte del éxito de la unidad familiar. Cuando cada quien defiende sus propios intereses y sus actividades se hacen incompatibles la empresa familiar fracasa y se acaba. Es el fin de una ilusión. Viene el divorcio y muchas veces litigios con el propósito de terminar con los demás. Odiar a quienes quisimos es una abominación que daña a las personas. A veces les hace perder el juicio.

De la terminación de la familia o de la vida en contradicción se genera el caos, la anarquía, la debacle en la familia. Cada quien por su camino en direcciones contrarias. Aparecen las parejas efímeras, los embarazos no deseados, la frustración en la escuela, el consumo de estupefacientes, las rupturas frecuentes de hogares inestables, el llanto y el crujir de dientes.

En estos casos de desgobierno, tanto como en la dictadura, puede ser útil un replanteamiento de ideas, de metas, búsqueda de apoyo espiritual y asesoramiento por expertos en la vida en familia. No necesariamente para restablecer la convivencia, sino para lograr acuerdos civilizados para finiquitar la vida en el hogar.

Luchemos por una vida sana, respetuosa, tolerante, vivificante en la familia, para bien de la sociedad y de Colombia.

Cultivemos la paz, el amor y la concordia en nuestras familias, en nuestra sociedad y en Colombia para tener personas que rindan honor a su cultura de bondad para solucionar con prudencia sus conflictos.

Bogotá, del 31 de julio al 6 de agosto de 2017.

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